Decepcionado y triste por la forma en la que se enteró que Daniel Salaverry dejaría de contar con su trabajo en la Oficialía Mayor del Congreso de la República, Pepe –o Pepito– Cevasco, el guardián de los secretos, cuenta cómo creció y llegó a lo que siempre ha llamado su casa… hasta ahora, que le toca reinventarse lejos de ella.
Comencemos por su infancia, ¿cómo creció José Cevasco?
Crecí en Barrios Altos, en un entorno muy difícil. Yo era, salvando las distancias, el Quico de la vecindad. Siempre peinado, con mi pelota nueva y muy tranquilo. Mi madre me cuidó siempre mucho para que no me vaya por el mal camino.
¿Vivían sólo los dos?
Sólo mi madre y yo. En una habitación con un foco en el medio que compartíamos en las noches leyendo. Desde que era muy pequeño leía en las noches. Era un niño fuera de edad. Sin embargo, mi padre venía a vernos pocas veces y siempre se preocupaba por el lado económico, lo que me causó un conflicto de sentimientos. Él quería que yo fuera buen alumno y en esas cortas visitas era muy exigente y duro conmigo. Me decía vago, burro, que me iban a llevar a trabajar de obrero por mis calificaciones. Con el tiempo esas cosas me impulsaron a ser aplicado y a salir adelante.
¿Tan mal alumno podía ser?
Verdaderamente me interesaba aprender pero no buscaba un 20 de nota. Me gustaba mucho leer; mi madre trabajaba en una librería y los sábados la acompañaba sin despegar los ojos de los libros de 9 a 1 pm. En las noches también leía; sobre las guerras; biografías de científicos; prensa. No obstante, mis notas no eran buenas. Recién en tercero de secundaria descubrí que tenía buena oratoria y comencé a ser buen alumno, pero mi padre ya había muerto años atrás. Decidí igualmente demostrarle que sí era capaz.
¿Así comenzó su interés por la política?
Por mi padre que era cronista en el parlamento y porque desde los 13 años asistí a la escuela aprista de formación. Iba religiosamente, todos lo días, al punto que los choferes de la línea de micro que tomaba ya me conocían. Me decían 'Bufalito' y no me cobraban con tal de que me siente a su lado a contarles lo que aprendía en la Casa del Pueblo. Nunca he negado que me formé dentro de ese partido. Pudo ser Acción Popular o el Partido Popular Cristiano, el hecho es que yo quería llegar a una escuela de gobierno.
¿Y después al Congreso?
Yo sabía que trabajaría en el Parlamento alguna vez. No fue fácil. Ni por los antiguos compañeros de mi padre pude lograr una plaza. Igual quería entrar y me ofrecí para limpiar los baños. Me aceptaron. Luego fui portero y todas las noches después de mis clases (estudiaba la carrera de Economía), servía gaseosas en las sesiones y fue ahí donde me di cuenta de lo que significaba la política. Mientras los simpatizantes de los partidos se peleaban fuera del Congreso y se enfrentaban a muerte, dentro los líderes se abrazaban y tomaban café.
¿Eso es la política?
La real política es la convivencia, no el enfrentamiento.
Entonces, ¿por qué el mensaje llega invertido?
Lamentablemente el político alimenta la ignorancia de la población porque sus intereses así se lo dicen. Ellos creen que sólo estando en el poder pueden lograr sus intereses ideológicos o personales, pero no se dan cuenta de que el poder desgasta y si no es compartido se desgasta aun más rápidamente. Muchas veces las leyes que se discuten en el Congreso están en segundo plano.
Pero eso no lo desanimó y terminó siendo oficial mayor…
Nunca pensé que me ofrecerían el puesto y si bien me formé en la escuela del Apra, cuando entré al Parlamento nunca más hice actividades de carácter partidario. La tarea de un oficial mayor es hacer que todos los congresistas se sientan con la confianza de acercarse para que les pueda ayudar y desde que tuve la oportunidad en el Congreso Constituyente Democrático (CCD) he buscado incluso no votar para no tener inclinación por nadie. Así he ayudado a resolver problemas de todo tipo y de cualquier partido; desde la mensualidad escolar del hijo de algún parlamentario hasta proporcionarle un terno para la juramentación a un congresista que acababa de llegar.
¿El Congreso es su casa?
Era mi casa. Me he despedido varias veces por circunstancias distintas pero en esta oportunidad no tengo ganas de regresar. Se ha manoseado mucho al funcionario y hace varios meses que comencé a cuestionar qué hago yo aquí. Desde que tuve que salir a defender la compra de las computadoras, este ha sido un ambiente enrarecido. Es algo que no hubiera pasado hace 40 años.
¿Cómo le comunicó Daniel Salaverry que no seguiría en la Oficialía Mayor?
Preferiría no dar detalles. Solo diré que a pesar de que me dijo verbalmente que contaría con mi ayuda, luego por rumores conversé con él y acordé presentar mi renuncia. El tema es que hablamos un jueves, el lunes yo iba a formalizar este asunto pero el domingo me enteré por la televisión. Creo que han querido, desde esa línea del partido, marcar la diferencia conmigo. Marcar quizá una nueva etapa. Hemos visto varios gestos de Salaverry para desmarcarse de las gestiones de Galarreta y Salgado…Mi renuncia es parte de ese paquete para marcar la diferencia.
¿A qué se dedicará ahora?
Escribiré mis memorias, estos días tengo reunión con una editora. El Congreso necesita que se escriba su historia. Vemos el escenario pero no lo que hay detrás. Hay anécdotas y también historias que quizá remuevan la política de los últimos 30 años. Volveré también a la docencia y trataré de reinventarme una vez más.